miércoles, 24 de octubre de 2012

¡Victoria!

Odiaba las faldas. Por culpa de las faldas mis rodillas solían ser un mapa de costras y arañazos. Lo de "solían ser un mapa" no es ninguna figura literaria, que a veces tenía los cinco continentes perfectamente dibujados con costras purulentas y llenas de mercromina. 
A veces conseguía que mi madre me comprara algún pantalón, que tardaba a veces solo horas en necesitar rodilleras de plástico, pero
 las faldas seguían allí, en el tercer cajón del mueble blanco, esperándome.
Un día ya no pude más y decidí que se habían acabado las faldas para siempre. Cogí la ropa que me había preparado mi madre y me lo puse todo menos la falda. En bragas, me senté en la escalera interior de la casa y grité "¡Esto no me lo pongo!" agitando la falda. Estaba muerta de miedo, me la iba a cargar, pero ya lo había hecho.
La que se lió fue tremenda. Mi madre me gritó, me amenazó, se quitó la zapatilla... pero yo no levanté el culo. Incluso mi abuela intentó convencerme, y, aunque me costó, le dije "Ahora no puedo ponerme la falda, abuela, porque entonces no serviría de nada todo esto"
Y gané. Gané. ¡¡¡Gané!!!!
Con el culo frío y el corazón que se me salía por la boca, pero gané.
Algún día contaré cuándo y por qué volví a ponerme falda.






2 comentarios:

Herm dijo...

No seas tan perezosa LLanos y deja de holgazanear yaaaa.... !!
Perdona la broma, es que echo de menos tus escritos.

Anónimo dijo...

.. ¡ah! y de paso nos cuentas cuando y por qué te volviste a poner falda.